Publicó La Voz del Interior
5 de abril de 2009
Una mujer es la encargada de vender la seudoheroína inyectable, un cóctel mortífero elaborado con morfina y éter.
Por Juan Federico
En las polvorientas calles de El Pueblito, un sector marginal de barrio Marqués Anexo, en el norte de la ciudad de Córdoba, el muchacho de 20 años camina solo, pero asegura que ve gente.
Su paso desgarbado bordea el basural en el que se ha convertido el polideportivo (con canchas, pileta y vestuarios) que nació años atrás para contener a los jóvenes de la zona. El muchacho sigue solo y ahora asegura que habla con alguien.
Los vecinos que lo observan cuentan que el joven acaba de inyectarse la “heroína” que compró por 350 pesos. Y dicen que caminará como un zombi durante varias horas.
Cuando el efecto se le pase, él en cambio jurará que durante ese tiempo no hizo más que dormir.
Pero no sólo se inyecta. También, como hacen miles de pibes de otros sectores excluidos y no tanto de la ciudad, toma cocaína y pastillas. Se las coloca debajo de la lengua antes de tragarlas o las muele, para después quemarlas con el fuego de un encendedor.
Aunque no trabaja, cada fin de semana tiene los 350 pesos para las jeringas. ¿De dónde? Quienes lo conocen se encogen de hombros, aunque creen que cada tanto el joven ayuda en alguna obra.
¿Inyecciones de qué? Ellos la llaman heroína. Desde enero pasado, cuando surgió esa respuesta, este diario intentó en distintas ocasiones adquirir una jeringa para hacer analizar su contenido (se contaba con autorización judicial).
Sin embargo, la primera negativa vino de parte de una mujer señalada, justamente, como una de las principales vendedoras de la droga.
“Disculpame, no les vendo a desconocidos”, dijo.
La compra frustrada no impidió que fuéramos varias veces a El Pueblito y en todas las ocasiones fue común observar a adolescentes que llegaban caminando hasta ese “quiosco”, ubicado en un domicilio emplazado en calle Toledo de Pimentel, a pocos metros de las vías.
Al llegar, desde la calle, nomás, lanzaban la pregunta a la chica, que estaba entre sentada y tirada en la puerta de la casa:
–¡¿Hay pastilla’?!
Ella, que ronda los 15 años, a veces respondía que sí y en otras les indicaba que regresaran al otro día.
Los vecinos que dialogaron con este diario afirmaron que en ese domicilio se consiguen ansiolíticos (3,50 a 4 pesos cada pastilla), “porros” (acaban de aumentar a 3,50 pesos el cigarrillo), “papeles” (cocaína, de 15 pesos para arriba) y las jeringas, conocidas en el ambiente como “gancho” o “pico”.
La adolescente se queda en la puerta durante horas, ya que su misión es hacer de nexo entre los compradores que se acercan a toda hora y su madre, que vende dentro del hogar.
La mujer, conocida como “la Negra”, cumple el rol de dealer que antes desempeñaba su marido, hoy preso por violar la Ley de Estupefacientes.
¿Qué tienen las inyecciones? Los adolescentes dicen que es heroína, repitiendo lo que les dice la vendedora.
La semana pasada, a la noche, este diario se acercó por última vez al sector. Mientras en las oscuras calles de tierra el movimiento era incesante, dos policías custodiaban la casa de un vecino que tiempo atrás denunció que le habían baleado la fachada de la vivienda.
Uno de los uniformados, escopeta en mano, no parecía demasiado concentrado: jugaba con dos chicas de algo más de 15 años. Al notar la presencia del auto en el que habíamos llegado (y que se estacionó sin exhibir el logo del diario, a una cuadra de ese domicilio), el policía se detuvo, cargó el arma y marcó un número en su teléfono celular.
Policonsumo. Sentado en la verja de una casa en la que sólo había una lamparita prendida, un muchacho de 18 años, asiduo comprador de “la Negra”, accedió a hablar con el diario. Sólo puso como condición que no se revelara su identidad en esta nota.
“Te venden la jeringa vacía, con dos frasquitos. Uno tiene morfina o heroína y en el otro hay un líquido, como si fuera agua oxigenada... Los mezclás y te los inyectás”, confió.
Al respecto, una fuente de la Policía Federal indicó que en las provincias de Mendoza y de San Luis hay antecedentes de inyecciones con morfina, que se mezcla con éter y no con agua oxigenada, como cree el muchacho. Justamente, el éter sería la razón que hace las dosis tan caras.
“Es un ‘flash’. Te corre una sensación de calor y de frío por todo el cuerpo y te quedás ‘duro’ como dos días”, describió el joven.
Para que la aguja pase más fácil hacia la vena, él antes se escupe en el brazo. Y recordó que en diciembre último, un amigo del barrio que a veces se droga con él le agregó a la jeringa una cucharadita de jugo de naranja en cajita.
“Se le coaguló toda la sangre y lo tuvieron que llevar al Urgencias. ¡Casi se muere...!”, relató, como si fuera una gracia.
Aunque se están pinchando con la muerte, para estos pibes inyectarse es, antes que nada, na excusa para que pase algo excitante en sus vidas.
Mientras contaba de qué se trataban las inyecciones, el muchacho picaba unas pastillas de ansiolíticos en un papel metálico, donde ya tenía unos gramos de cocaína. Es que había ido con los 350 pesos a comprar “los ganchos”, pero “la Negra” ya no tenía stock (los fines de semana trae alrededor de 10, que se le acaban enseguida).
Tampoco consiguió en lo del “Tucumano”, un dealer asentado en la vecina villa El Nailon que también vende “heroína”, por lo que regresó al quiosco de la calle Pimentel y se conformó con la “merca” y las pastillas.
Cuando dialogábamos con el joven, estacionó en la casa custodiada una camioneta del Comando de Acción Preventiva (CAP), de la que bajaron otros dos uniformados. La escena operó como un cierre automático de la charla.
Nosotros abandonamos el barrio y el muchacho caminó en dirección a la patrulla. Pasó al lado de la camioneta, hizo pocos pasos más y se detuvo. Se mandó a la nariz el papel con la cocaína y las pastillas molidas y siguió, tranquilo, hacia su casa.
Un freno. Los vecinos honestos que se la rebuscan todos los días, y que son mayoría en la zona, imploran para que alguien frene allí el avance de la droga.
Cuentan que cada vez son más las familias que hacen de la venta al menudeo su fuente de subsistencia.
–¿Qué ocurriría si allana la Policía y cierra todos los “quiosquitos” que hay en el sector?
–Se van a cagar de hambre –dijo, sin vueltas, un hombre que vive en el barrio desde hace años.
Aprovecharse de la pobreza es uno de los ejes de la conducta de quienes manejan la droga en la zona (entre los proveedores aparecen nombrados “narcos” asentados en barrio San Martín).
Para las fiestas de fin de año, en la zona de Marqués Anexo, Mariano Fragueiro y Panamericano (barrios donde viven algunos de los más de cinco mil amparistas de la ciudad que presentaron un recurso en el que pedían a la Nación que evitara el avance de la droga en Córdoba), muchos fueron tentados con suculentas sumas de dinero para que guardaran por 15 días “porros” o cocaína.
Según afirmaron, es tal la demanda en esos días, que por almacenar unos kilos de marihuana la oferta rondaba los siete mil pesos. Y si se trataba de cocaína, la paga no bajaba de los 15 mil.
Los narcos les aclaraban que sólo debían “guardar” la droga, ya que de la comercialización se iban a ocupar ellos.
viernes, 1 de mayo de 2009
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