Publicó Diario Hoy de La Plata
28 de julio de 2008
Título original: Vuelos internacionales a la tierra resquebrajada
El interior chaqueño lleva 9 meses sin lluvias importantes. La agricultura está en jaque y el ganado agoniza. Los pobladores se las arreglan como pueden: algunos compran bidones, pero otros deben conformarse con lo que reparten los municipios. Promesas de obras hubo, pero se quedaron en eso. El gobernador, Jorge Capitanich, acaba de inaugurar un aeropuerto internacional
Aunque suene antipático, en la Argentina K suceden ciertas escenas que ni Lewis Carroll hubiese podido imaginar para su Alicia en el país de las maravillas. Una de ellas se vivió hace alrededor de diez días, cuando la presidenta Cristina Fernández reinauguró, junto con el gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, el aeropuerto de Resistencia al que se le asignó carácter de internacional. El mandatario ultrakirchnerista presentó dicha obra como parte del “más extraordinario plan de infraestructura que la provincia y la región recuerden en su historia”.
Importante, es cierto. Pero no era lo que necesitan (y esperan) los habitantes y productores del interior provincial. Entre otras cosas, porque en parajes como Almirante Brown y Pampa del Infierno -que le hace honor como nunca a su nombre- no miran hacia el exterior, sino hacia la administración central. Es que llevan 9 meses sin lluvias importantes y el suelo se resquebraja al ritmo de la sequía. Los cultivos piden agua, y el ganado agoniza y muere.
El cielo se hace esperar, y no hay obras que vengan a suplir la ausencia de nubes.
La provincia tiene una superficie de 99.633 km2. Hoy en día, el 70% de esa extensión -unos 69.743 km2- sufre los despiadados azotes de una devastadora sequía que se podría haber afrontado de otra manera. Encima, desde el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) llegan noticias desalentadoras: al menos por el momento, no hay indicios de lluvias, por lo que hay lugareños que se animan a vaticinar “una seca hasta octubre”.
Funcionarios y productores del sudoeste chaqueño alertaron que esta adversidad ya dejó sin agua potable a las 300 mil personas que habitan en esa región, y advirtieron que la escasez comenzó a afectar la agricultura.
“Se vive un panorama crítico y de gran preocupación, porque de seguir así las fuentes de abastecimiento de agua entrarán en riesgo de agotamiento”, observa Pedro Favaron, presidente de la Administración Provincial del Agua (APA) del Chaco, organismo encargado de tomar las medidas necesarias para paliar la falta del recurso vital.
Desde la humedad pampeana es difícil imaginar una existencia en la que cada gota de agua representa un pequeño tesoro. Pero en los pueblos chaqueños se repiten postales que no remiten a la ficción, sino al drama. Veamos: camiones cisternas que son enviados por los municipios y largas filas de vecinos que pugnan por algo de líquido para cargar en sus bidones.
Está claro que las prioridades son la ingesta y la cocina, y lo que queda es para higiene personal. Llegado el caso, lavar un auto o regar las plantas adquieren la proporción de un despropósito.
En la APA aseguran que se distribuyen entre 500 y 700 mil litros de agua por semana para las 300 mil personas que padecen la sequía. Y, mientras el líquido también se traslada en trenes, los funcionarios impulsan un plan de perforaciones que ya debería haberse aplicado: buscar en napas subterráneas.
Elemental, podría decirse. Sin embargo, los resultados de las excavaciones no son alentadores. “Para obtener agua buena tendríamos que excavar a unos 400 o 500 metros, ya que en las napas superiores el agua está cada vez más salada. Peor aún, en muchos casos contiene arsénico y es lisa y llanamente inutilizable”, se lamenta Favaron.
En ciudades como Charata, una de las más ricas del interior chaqueño, compran agua en botellones y realizan las tareas rutinarias con el líquido que llega en el camión. No haga cuentas: una familia tipo invierte unos $ 500 mensuales sólo para beber y cocinar. Cada botellón ronda los $ 12 y un camión de agua dura (no potable) cotiza entre $ 50 y $ 90, según el nivel de impurezas.
Algo se cae de maduro: este sistema no está al alcance de aquellos que apenas tienen recursos para llegar a fin de mes, y el Chaco no es una provincia rica, si lo que se mide es el poder adquisitivo de sus habitantes.
“Cada vez que se desata una crisis así, toda medida parece insuficiente”, dice Angel Rozas, ex gobernador de la provincia, y agrega que las soluciones existen “pero no aparecen”.
La lluvia es una bendición, y la seca, una maldición que se extiende. En ese sentido, el presidente de la Sociedad Rural chaqueña, Enrique Santos, apunta que los padecimientos se agravaron debido a la existencia de canales submeridionales que se realizaron en la frontera con Santa Fe (en el extremo sur) para evitar inundaciones: “Eso termina llevándose las pocas gotas que caen”.
Favaron considera que las grandes sequías son producto de 16 años de inacción. Dicho de otro modo, de gestiones que no fueron capaces de diseñar un plan hídrico que previniera lo que hoy ocurre.
En una suerte de alegato, Rozas refuta que su proyecto del “gran acueducto del norte” solucionaría el problema, pero Capitanich “lo dejó fuera de agenda”.
“Este proyecto solucionaría el 75% de los problemas que atañen al agua para consumo”, afirma Rozas, y añade que durante su gestión se aprobó una ley nacional que otorgaba 150 millones de dólares para esta obra. “Luego vino la gran caída de 2001 y se suspendió todo. Después llegó la reactivación y la promesa de (Néstor) Kirchner”, pero el proyecto descansa en un cajón.
Los expertos estiman que se necesitan 150 kilómetros de obras para llevar el líquido a la zona crítica, ésa en la que se consume agua de pozo que rara vez alcanza los estándares básicos de potabilidad.
Favaron considera que para realizar las obras que pongan fin a esta situación se necesita una inversión de $ 1.900 millones, y explica que lo más adecuado sería desarrollar una infraestructura que permita llevar los excesos de ciertas zonas hacia los lugares en los que sólo abunda la escasez.
Mientras tanto, la gente de a pie mira hacia el cielo como implorando que la lluvia empape la tierra ajada y salve al ganado de una muerte segura. Hoy, el Chaco es tierra de vacas flacas. Eso sí, tiene un estupendo aeropuerto en Resistencia, su capital.
$ 50 millones en perdidas. Tierra de vacas flacas
Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), la población del Chaco es de 907.389 habitantes. Poco menos de la mitad, para ser precisos el 40%, reside en zonas rurales y tiene su principal fuente de ingresos en el campo y su actividad agropecuaria.
Dos de los lugares más afectados por la sequía son Fontana y Santa María de Oro, donde hay más de dos mil productores. Entre ambos departamentos las pérdidas ganaderas superan los 50 millones de pesos, entre la mortandad, la pérdida de peso, el atraso de parición y las malas ventas. Todo se suma -en rigor de verdad resta- a los gastos de traslado y transporte de animales hacia otros lugares en los que tienen mayores posibilidades de sobrevivir.
Se estima que entre 60 mil y 70 mil cabezas de ganado no han podido salir y que la agricultura ya perdió $ 30 millones a raíz de la sequía.
El presidente de la Sociedad Rural chaqueña, Enrique Santos, asegura que es desalentador ver las hectáreas “sin agua, ni pasto” como si se tratara de tierra arrasada. Considera que, en parte, “esto es una consecuencia de los desaciertos del Gobierno nacional”.
De la inundación a la sequía, en el país de los contrastes
Cuando todavía no se disiparon las crueles imágenes de las últimas inundaciones, el Chaco sufre otras que son diametralmente opuestas y muestran a la tierra ajada y polvorienta que implora por un trago de agua.
Pedro Favaron, presidente de la Administración Provincial del Agua (APA), no deja de asombrarse ante esta hiriente paradoja. Para colmo de males, la sequía ya desencadenó los primeros incendios y afectó unas 20 mil hectáreas en el oeste chaqueño.
“Lugares que estuvieron llenos de agua hoy sufren la sequía porque la vegetación perdió prácticamente toda la humedad”, se lamenta Favaron. Es que a la preocupación por la falta de lluvias se suma la que genera el fuego, sobre todo en la zona de El Impenetrable, donde los pastos secos se convierten en un material altamente combustible, algo así como alimento para las llamas.
lunes, 28 de julio de 2008
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