21 de julio de 2008
Bajo un lema transgresor, Ola libro, la muestra estará abierta hasta el 8 de agosto. La oferta es inmensa y el debate sobre los contenidos y sobre el mercado, también. “Hoy los chicos están bastante más despabilados que los adultos”, dice la escritora Adela Basch.
Por Silvina Friera
Aunque tarde, pero seguro, parece que la propuesta de simplificar la gramática y “jubilar” la ortografía, que hizo Gabriel García Márquez en el Congreso de la Lengua de Zacatecas, en 1997, llegó al Centro de Exposiciones de la Ciudad, donde hoy comienza la 19ª edición de la Feria del Libro Infantil y Juvenil con el lema lúdico y transgresor, Ola libro, que coquetea con el error ortográfico de omitir la hache. Los ruidos a veces ensordecedores de esta fiesta de editores, autores y lectores no deberían desplazar hacia los márgenes al “tímido de la fiesta”, el debate, ese que descubre que no todo lo que brilla es oro, que sabe percibir las anomalías o lo que falta o no funciona. Nadie se atrevería a objetar la expansión creciente del mercado del libro para chicos, el surgimiento de nuevas editoriales y colecciones, pero algunos advierten que hay que separar la paja del trigo, que no todo lo que se publica es bueno, y ponen el dedo en la llaga de las tensiones que se producen entre los mediadores, la escuela y los docentes, cuando “filtran” o “censuran” textos con malas palabras o con “temas incómodos”. En 2007, según el Registro de ISBN de la Cámara Argentina del Libro, se publicaron 1417 títulos de literatura infantil con un total de 6.354.690 ejemplares. Y fueron registrados por 184 editoriales. En este mundo en expansión impera la lógica del long seller, del libro de fondo. Desde el año 2000, la colección de María Elena Walsh, relanzada por Alfaguara, lleva vendidos un millón de ejemplares. Editores y directores editoriales como María Fernanda Maquieira, Ana María Cabanellas, Pablo Medina y Nerio Tello, y los escritores y críticos Ana María Shua, Andrea Ferrari, Adela Basch, Sandra Comino, Franco Vaccarini, Luciano Saracino y Susana Itzcovich proponen a PáginaI12 distintas miradas sobre el “boom” de la literatura infantil, el gusto de los lectores y el rol de la escuela.
Bienvenidos al mercado de consumo
Franco Vaccarini, autor de La noche del meteorito, plantea que aún se lee poco. “Hay un cierto culto a la importancia del libro, de la lectura, pero todavía se cree que el libro es un lujo y se compra uno cada tanto o nunca. El momento de leer siempre es ‘otro momento’, no es ahora. El libro tiene buena prensa, o como dicen en las encuestas de los políticos: mucha imagen positiva y casi nada de imagen negativa. Pero la inserción del hábito de la lectura es lenta, y sin embargo se avanzó bastante en el último cuarto de siglo”, pondera el escritor. “Tantos adultos repiten que cuando llegan del trabajo quieren ver algo ‘que no los haga pensar’ y se castigan viendo programas espantosos en la tele. En realidad, no pensaron durante el día y no quieren pensar a la noche. ¡Pensar no cansa! Lo que agota es andar por la vida como un sonámbulo. Por eso, un solo lector ya es una fiesta. Es alguien que empieza a usar la cabeza de otro modo.” La escritora Adela Basch opina que la expansión del mercado del libro para chicos resalta más por el empequeñecimiento del mercado para adultos. “Es parte de un fenómeno social-global muy complejo y con muchas facetas, pero que me atrevería a sintetizar en la idea de que hoy los chicos están bastante más despabilados que los adultos.”
Pablo Medina –presidente de la Asociación Civil La Nube, escritor, docente y co-director de la colección Cuentan que cuentan– afirma que la presencia del niño en el mundo de la cultura es cada vez más activa. “Históricamente las familias que no accedían a librerías o bibliotecas, encontraban en los quioscos de diarios ‘libritos’. Presionados por los chicos, o por iniciativa propia, los padres solían comprar a sus chicos esos ‘libritos’. En los últimos años, las grandes editoriales descubrieron ese circuito y ahora en los quioscos hay ‘libritos’ y libros de grandes autores –compara Medina–. María Elena Walsh o Elsa Bornemann son presencias constantes en los puestos callejeros.” Medina enumera otros fenómenos paralelos, como la aparición de una cátedra de literatura infantil en la UBA, con Lidia Blanco como referente, “que ubicó el tema como parte de la reflexión académica”; la profusión de ensayos sobre la literatura infantil y el niño que se han publicado en los últimos años; las campañas de lectura fomentadas desde los gobiernos, que también movilizaron el mercado editorial, y la aparición del Estado como un gran comprador de libros para abastecer bibliotecas, y los propios programas de promoción de la lectura.
La escritora, docente y crítica Sandra Comino recuerda que la edición de literatura infantil de una manera inédita en el país empezó en la década del ‘80. “No todo lo que se edita es bueno. Hay una línea absolutamente comercial que descubrió el mercado, pero que no tiene ningún valor literario ni de calidad, que no se sabe para quién está destinado, que se vende para chicos y a mi juicio es lamentable. Pareciera que si tiene forma de libro vale todo y no es así. El surgimiento de pequeñas editoriales, las que se dedican a la buena literatura, ha fortalecido el campo de la literatura juvenil porque son los que se dan más permisos para lo creativo, lo vanguardista, lo diferente. Las grandes editoriales muchas veces tienen líneas que no les permite editar nada fuera de colección.”
Andrea Ferrari, que presentará en la Feria El círculo de la suerte (Alfaguara), subraya dos factores que explican el fenómeno o boom de la literatura infantil. Uno es el aumento de la lectura en las escuelas. “Si veinte años atrás los chicos del primario leían con suerte un libro en el año –y a menudo se optaba por los ‘clásicos’–, hoy es común que lean dos, tres o más y que los docentes elijan autores contemporáneos, porque ven que así los chicos se enganchan más con la lectura. Cuando un título tiene éxito en la escuela puede funcionar bien durante muchos años y alcanzar cifras de ventas poco frecuentes en los libros ‘para adultos’. El otro factor es la explosión del mercado que apunta al best seller infantil-juvenil, que creció mucho después del fenómeno Harry Potter. Son títulos a menudo traducidos, mayoritariamente de género fantástico, a veces acompañados por la correspondiente película. Tienen más visibilidad y publicidad que los otros, pero son más pasajeros.”
“Las editoriales han descubierto que el niño y el joven son un mercado importante de consumo”, plantea Susana Itzcovich, presidenta de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (Alija). Itzcovich subraya que en el ámbito educativo se considera que el lector se forma desde la cuna. “Desde que el niño ingresa al sistema escolar, jardines maternales, jardines de infantes, la propuesta literaria está presente y cada vez aumenta más, desde los libros-objeto, libros ilustrados, libros-álbum, y las editoriales argentinas contemplan poderosamente esta etapa.” María Fernanda Maquieira, editora de Alfaguara, confirma el crecimiento de los ejemplares vendidos. “Los libros long sellers son los que más se venden de nuestro fondo. No siguen la lógica de un best seller, que vende mucho en poco tiempo y luego desaparece del canal, sino que son libros que se convierten en clásicos, con una venta sostenida a lo largo de los años. Un ejemplo es la colección de María Elena Walsh, que ha vendido cerca de un millón de ejemplares desde el año 2000, cuando relanzamos sus títulos –ejemplifica Maquieira–. Hay obras que se venden bien porque se leen en la escuela.”
De riesgos, miedos y tesoros heredados
“Los chicos quieren lo mismo que preferíamos nosotros, nuestros padres y abuelos –sostiene Luciano Saracino, autor de Agendas Monstruosas (UnaLuna)–. A pesar de que el mundo haya cambiado, sigue siendo asombroso subirse a historias que hablen de aventuras, de amores, de piratas, de monstruos. Peter Pan sigue siendo precioso. Y mientras los chicos sigan siendo chicos van a querer viajar con Alicia, o con Gulliver... y llegar hasta Oz, si es necesario. La fantasía sigue siendo el territorio preferido de los chicos de hoy. Los libros siguen ayudando a volar y, como decía Chesterton, “los cuentos de hadas no sólo son verdaderos porque nos dicen que los dragones existen sino porque nos explican que a los dragones se los puede vencer”. Los temas de los libros infantiles de hoy son como una especie de “tesoro heredado, que los padres les pasan a sus hijos”. En contra de lo que piensan muchos escritores, Ana María Shua cree que la edición es un negocio de riesgo. “Es muy difícil predecir el éxito de un libro por su tema. En general, los libros de miedo se venden bien y los de poemas no los quiere nadie. Pero uno de mis libros más vendidos para chicos son los versitos de Las cosas que odio y tengo algunos de miedo que no interesaron demasiado. Pescetti, por ejemplo, con sus éxitos demoledores como Frin y Natacha, no apeló a ninguna fórmula previsible. Harry Potter fue rechazado por varias editoriales porque no era nada obvio que iba a interesar por su tema”, repasa la escritora, que acaba de publicar dos libros en la serie pre-lectores (a partir de 3 años), Un circo un poco raro y Una plaza un poco rara (ambos por Alfaguara).
Vaccarini apunta que algunos padres le confieren al libro un poder desorbitado. “No les impresiona que su hijo mire propagandas sangrientas de alguna película nocturna en la tele o el morbo de los noticieros, pero no quieren libros de brujas si son muy religiosos, o se obsesionan con el ‘mensaje’ –explica el autor de Ganas de tener miedo–. Todos los libros buenos dejan una enseñanza, pero no es medible, no es carne de estadística, queda en lo más íntimo del lector. El chico lector empieza a escuchar otras voces, a ampliar su visión de la realidad y el padre temeroso, instintivamente, ataca eso. Pero hay padres que lo permiten todo, padres que mueren de alegría cuando ven a sus hijos leyendo.”
Incentivos y peajes en las aulas
Ana María Cabanellas, directora de UnaLuna y presidenta de la Unión Internacional de Editores, señala que “si los chicos no reciben un impulso para leer desde la escuela, difícilmente lo hagan, y esto es así incluso en la clase media y alta”. Según Cabanellas, la escuela no debería ser rechazada como medio de legitimación de la literatura infantil. “La escuela es menos censora de lo que se cree habitualmente. En este momento las temáticas escolares son más amplias y comprensivas, las currículas incluyen temas como el sida, el divorcio, las familias disfuncionales, y paralelamente se han abierto los temas, el lenguaje y las formas de la literatura para niños.”
Vaccarini recuerda que hizo la primaria en una escuela de campo y cuando llovía, muy pocos alumnos podían ir porque los caminos estaban embarrados. “La señorita Haydeé, que no podía dar una clase normal, nos abría el armario de los libros y elegíamos los títulos que queríamos para leer; no conozco manera mejor de alentar el amor por los libros, sin énfasis, como algo natural”, añade el escritor. “Quizás estamos acostumbrados a que la lectura de ficción, la lectura no obligada, es siempre un tiempo robado a otras actividades, un momento de hechizo, un detenerse a ‘perder el tiempo’, un placer medio anárquico. Entonces aparece una institución como la escuela y más de uno desconfía. En mi última novela hay un chico de catorce años que se queda calvo y a las pocas semanas de publicada voy a dos escuelas seguidas donde, casualmente, hay dos chicos calvos. Todos habían leído la novela. En una, el docente ni me lo mencionó; pero en la otra, me pidieron que no pusiera el acento en la calvicie del protagonista. Para algunos hablar de lo que pudiera ser conflictivo, es un dolor de cabeza, los saca de la rutina, de cierta placidez. Pero a mí no me gusta generalizar, porque en este país hay docentes nobles, docentes de alma; y hay que protegerlos y alentarlos.”
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