Publicó Clarín - Suplemento Zona
27 de julio de 2008
Captaba a chicos en locales de comida rápida, plazas y cibercafés. Clarín tuvo acceso al corazón de la investigación, donde se menciona a Jorge Corsi, uno de los psicólogos más reconocidos del país.
Por Claudio Savoia (csavoia@clarin.com)
La voz suave, casi susurrada, llega como un hilo de miel a través del teléfono: "Hola, mi amor, ¿cómo te sentís? ¿Te fue bien en el examen que tenías hoy?" Geo habla sin temor, y casi no se detiene a escuchar la respuesta. "Mirá que yo me preocupo por vos, no te olvides que sos muy importante para mí". Claro, tiene todo controlado: el celular con el que su víctima lo escucha se lo trajo él desde España, y sabe exactamente cuántos minutos de crédito quedan en la última tarjeta telefónica que le regaló. Ahora hay que arreglar la cita para el sábado, a ver fútbol con Mache, Augus y sus amigos; charlar de "nuestras cosas" y, después de seducirlo hasta arrancarle un beso, pasar un rato juntos en el cuarto, frente a la cámara web. Total, el lunes todo habrá pasado: el dulce Geo cederá su identidad a un hombre intachable. De apariencia intachable. La policía corporiza las sospechas de esa transformación en el prestigioso psicólogo Jorge Corsi.
En esa misma línea de presunción, Mache volverá a ser Marcelo Rocca Clement y, Augus, Augusto Correa.
Juntos son los "Boyslovers", una banda de abusadores sexuales de adolescentes, descriptos con ese nivel de detalles en una investigación aún en marcha, que apunta a personajes cuya inocencia fue puesta en duda.
Acercamiento, complicidad, seducción, intimidad, lujuria, dependencia. O dicho de otro modo: emboscada, engaño, explotación, sometimiento. Con pequeñas variaciones la lóbrega rutina se repitió durante años, "no menos de cinco", durante los cuales cada paso fue perfeccionándose. La jugada maestra: haber incorporado a un psicólogo, un experto conocedor de las debilidades, ilusiones y necesidades de los chicos y adolescentes que serían seleccionados y conducidos hasta él para ser abusados. "El era el gurú del grupo, el líder, el que manejaba los tiempos y contenía a los chicos cuando a los otros se les iban las cosas de las manos", dice a Clarín una de las personas que tuvo acceso a las profusas escuchas telefónicas que alimentan el expediente. "Las pruebas contra los detenidos son contundentes", asegura.
El último tramo de la historia comenzó a escribirse el miércoles pasado a las 4 de la mañana, cuando una docena de policías de la división Delitos contra menores de la Policía Federal concretaron los allanamientos ordenados por la jueza María Fontbona de Pombo. Un patrullero estacionó sobre la calle Paraguay al 3400, y sus pasajeros tocaron un timbre del octavo piso. A los pocos minutos, Corsi abrió la puerta: sorprendido, despeinado, el cuerpo cubierto con una bata. Escuchó la acusación y durante toda la mañana ni siquiera aceptó un vaso de agua. Tampoco usó el teléfono para llamar a un abogado, o a esa amiga, "la única" con la que compartía chismes y naderías durante largas charlas telefónicas. Nada. Su mente, en cambio, parecía volar muy lejos.
Quizás escudriñaba el pasado buscando el día, el momento justo en que Geo creció lo suficiente dentro de él como para despegarse y cobrar vida propia, negando con sus actos las palabras que Jorge, su contracara luminosa, de acuerdo con la investigación, enseñaba en mil aulas y bibliotecas. Vida propia, y también modales, un léxico y hasta un timbre de voz diferentes al del adusto psicólogo. "Es increíble, realmente se convertía en otra persona", certifican dos fuentes judiciales.
Voló la mente de Corsi en aquella mañana helada en la que Jorge y Geo, de golpe, volvieron a reunirse bajo su piel, mientras los policías llenaban papeles y celebraban el éxito de los operativos frente a él. Quizá repasó sus viajes a España, a Puerto Rico y a República Dominicana, lugares en los que Corsi daba alguna conferencia mientras Geo mantenía reuniones y contactos, intercambiaba cosas, anotaba direcciones y teléfonos. Esos viajes que el fiscal Martín Niklison tiene en la mira, y esas reuniones que en España atrajeron sobre él la mirada de los policías especializados en pedofilia, a tal punto que cada vez que aterrizaba en Barajas un discreto agente lo vigilaba (ver página 32).
"Los viajes eran la gran pantalla del psicólogo", confirman al unísono otros dos funcionarios. "Quién iba a sospechar de lo que hacía en el exterior. Pero en España se contactó con pedófilos conocidos y vigilados, y entonces comenzaron a controlarlo a él".
En la frialdad de una celda de un departamento policial de Villa Lugano, hoy Corsi quizá recuerde y retroceda mil veces hasta encontrar dónde se perdió. ¿Cuándo lo conoció a Marcelo Rocca Clement? ¿Y a Augusto Correa? ¿De quién fue la idea de integrarlo a los Boyslovers, esa ciber firma a través de la cual intercambiaban datos y fotos con otros hombres de todo el mundo, a pesar de que ya había sido descubierta por la policía hacía ocho años? Quién sabe. "Acá -explican- el seguro era Jorge, el gran profesor Jorge Corsi". El que se había codeado con todos los fun cionarios para enseñarles cómo detectar y asistir a los chicos golpeados o abusados, el que casi todas las semanas se comunicaba con la funcionaria y especialista Eva Giberti en charlas habituales y respetuosas, que alguna vez habrían incluído una invitación para conocer a un ministro, dijeron las fuentes. Nada tenía de extraño, después de todo. Si todos querían escuchar a Jorge Corsi, el autor de libros y artículos sembrados por el mundo, el conferencista magistral que todos querían en su mesa.
Pero hay algo que quizá la mente de Jorge Corsi esquive, anclada en sí misma: en la cara de ese pibe que anteayer vio su foto por televisión, y entre lágrimas le contó todo a su mamá, y junto a ella volvió a contarlo todo en una dependencia policial, y mañana o pasado volverá a hacerlo frente a la jueza. Y probablemente su memoria también evada la cara de los padres que en estos días se están enterando por policías y funcionarios judiciales que su hijo era abusado por ese amigo mayor que tan amablemente venía a buscarlo a casa y que tanta confianza les inspiraba, aquel profesor de música que también los ayudaba en inglés.
Ante la Justicia, sorprendidos, esos padres escucharán paso a paso cómo se construyó el infierno para sus hijos. Y escucharán lo siguiente: "Rocca Clement es el gran reclutador, capaz de detectar en el acto cuál de todos los pibes que invitó a jugar al fútbol podrá convertirse en su víctima", explica uno de los principales investigadores del caso. "El le enseñaba a los demás a engañar a los chicos, a buscarlos en las plazas y cibers, a establecer contacto con ellos en los fotologs con que los adolescentes, muchas veces a espaldas de sus padres, se presentan y se muestran por Internet. Entonces llegaban los regalos "si el pibe no tenía plata" o los consejos y la compañía, con chicos de dinero pero soslayados por sus padres. "Cuando el adolescente ya había sido captado por los engaños y lisonjas de Rocca Clement, Augusto Correa o algún otro miembro de los Boyslovers, lo invitaban a ver fútbol o películas a lo de Corsi, generalmente los sábados. Comenzaban las preguntas íntimas, los besuqueos y toqueteos entre los abusadores, la invitación a los pibes a pasar al cuarto", puntualizaron los investigadores. Todo con cuidado, con el cariño que -según los expertos- excita tanto a los abusadores como el poder y la violencia a los violadores.
La historia de Marcelo Rocca Clement hoy de 34 años es breve y estremecedora. Ex profesor de música en varios colegios de zona norte, "entre ellos uno de los establecimientos católicos más tradicionales de Recoleta" fue denunciado por abuso de chicos en el año 2000. Una catarata de pruebas y testimonios lo mandó a la cárcel; la desidia judicial y quizás el consejo de un abogado lo sacaron de ella después de dos años en los que estuvo preso sin haber sido enjuiciado. Un antecedente que impidió volver a encerrarlo, aun cuando las pruebas de sus abusos eran concluyentes.
Clarín accedió al auto de procesamiento "sin prisión preventiva" de Rocca Clement, firmado en diciembre de 2005. Allí se lo consideraba "autor de los delitos de abuso sexual con acceso carnal, tentativa de abuso reiterada en al menos dos ocasiones, abuso sexual gravemente ultrajante y abuso sexual reiterado en al menos tres oportunidades, y corrupción de un menor de edad". Basado en escuchas telefónicas que incluían detalles sexuales impresionantes, el juez dio por probado que Rocca Clement había compartido un viaje a Mar del Plata con un niño de 12 años, durante el cual había abusado de él de distintos modos. La investigación, admitía el juez, había comenzado el 1 de diciembre de 1999, cuando la división española de Interpol detuvo a un pedófilo a quien le secuestró una lista de correos electrónicos en los que se pedía el envío de pornografía infantil. Dos de esos mensajes provenían de Buenos Aires. ¿Su autor? "Albatros Boylover". O Marcelo Rocca Clement.
Otro de los detenidos del miércoles, Augusto Correa, era profesor de educación física y trabajaba en una pileta del Parque Sarmiento. Y hay más detalles escabrosos. Una de aquellas víctimas, que ahora tiene 20 años, colaboraba con Rocca Clement en el reclutamiento de otros preadolescentes que serían víctimas del abuso. El círculo se cierra. En Tribunales aseguran que la jueza vino siguiendo personalmente y con máximo compromiso la investigación. "Se llevaba a su casa los casetes con las escuchas telefónicas, hacía anotaciones de todo, seguía el caso al minuto. Y sólo ordenó las detenciones cuando se acumularon pruebas contundentes", explican. Y recuerdan que todavía hay un prófugo, y aseguran que en los próximos días habrá más detenciones y sorpresas, y reconocen que hasta ahora los chicos damnificados son ocho, "pero habrá que ver al final de la investigación". En los depósitos judiciales hay una docena de computadoras y veinte teléfonos celulares "de los cuales Corsi tenía cinco" que todavía no fueron analizados por los peritos. Y todavía pueden sumarse los testimonios de más víctimas, como la que el viernes dijo reconocer a Corsi por TV.
"Los estudios concernientes a los perpetradores de abuso y maltrato describen al abusador típico como alguien que no tiene nada que ver con los estereotipos habituales que circulan por el imaginario colectivo. Esto se debe al fenómeno de doble fachada: existe un desdoblamiento entre la imagen social y la imagen privada". La certera descripción pertenece a un especialista, el psicólogo Jorge Corsi. Y le calza como un guante a su presunto Mister Hyde, el edulcorado Geo de Palermo. Pero esta historia no acaba con ellos. La psicóloga y sexóloga Adriana Arias levanta la voz: "Pensando en el horror de esta noticia no quiero ni debo dejar de subrayar que todos los días, en diferentes núcleos sociales, en multiplicidad de formatos vinculares, el abuso se comete y se padece sin la atención que la sociedad debería adjudicarle. Y que es mentira, y una defensa social escasa y cobarde, reducirlo a uno de los tantos sufrimientos de la clase pobre. Este caso revela que la situación abusiva no está lejos de nosotros, que la perversión circula con éticas y estéticas no tan distantes y desconocidas".
lunes, 28 de julio de 2008
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